Texto y fotos: Liliana Elías / @lilianaelias79

El cacao venezolano huele a mujer, Chuao brilla a través de las manos y las voces femeninas que producen y procesan de los mejores del mundo; su geografía es reconocida por eso. Pero el poder de las mujeres se extiende por toda Venezuela y se muestra en todo su esplendor en otras latitudes, una de ella, el Sur del Lago de Maracaibo.

Allí una mujer con temple y decisión tomó un día las riendas de su finca y la convirtió en lo que, desde Vivaelcacao.com podemos describir como una de las más bellas, productivas y organizadas plantaciones de cacao de toda Venezuela.

Mariela Arrieta es la Doña Bárbara del Cacao en Sur del Lago, su historia conmueve y aún más, inspira, porque del dolor tuvo que rehacerse, cambiar su vida y la de sus hijos, renacer.

Hoy Mariela ríe sobre la tierra que absorbió sus lágrimas, antepone la paz a la incertidumbre, y apuesta por la felicidad como solo lo hacen los valientes.

El cacao del Sur del Lago, una joya de Venezuela, enaltecido en las manos de Mariela Arrieta

Ella es Mariela, y esta su historia

Hace nueve años el despertador sonaba temprano para empezar la rutina diaria, el desayuno, la corredera para llegar temprano al colegio, las loncheras, el beso de despedida del varón primogénito y de las dos hembras que parió su vientre.  Mariela estaba detrás del desayuno y el beso, lista para arrear con la casa y el típico ir y venir que implica ser el pilar de una familia. Una tarea que llevaba contenta y conforme con su destino, esposa, madre, amiga y apoyo.

Pero también hace nueve años, la tragedia tocó la puerta. A Neubelys Echeverría, su marido, lo secuestraron. No basta con el sentimiento de frustración y de intranquilidad que sigue a una noticia como esa, hay que referirse a las noches en vela, al teléfono mudo, a los rezos, a la esperanza, a la transmisión de fuerza a ese ser amado y arrebatado rogándole que resista, que ya pronto volverá. Neubelys nunca regresó.

De pronto y sin anestesia, Mariela y su familia tuvieron que verse sin el padre de familia que tanto los quiso, ese que todos los días paseaba por sus cacaotales cuidándolos. Ellos también sintieron el vacío, la mano que los podaba ya no estaba.

La fuerza de una madre

Cuenta Mariela que aquella experiencia tan amarga la miró a los ojos retándola, orillándola a responderse a sí misma muchas preguntas en un momento donde solo quería desahogar su pena, todas antecedidas por la más dura: “¿qué voy a hacer ahora?”.

“De pronto me sentí sola, huérfana, indefensa, pero sabía que por mucho que me doliera tenía que salir adelante. ¡Yo no sabía nada de cacao! Nunca me dediqué a la plantación, mi finca era mi casa, mis hijos eran mis árboles, mi esposo, mi tierra. ¿Qué hago ahora para vivir? Fue cuando decidí mudarme de Barquisimeto y dejar lo que yo conocía, para convertirme en productora, desde cero”.

Estuvo a punto de vender el fundo, pero la vida le insistía a través de mensajes misteriosos que debía permanecer allí. Y con la ayuda divina se armó de valor y comenzó a comenzar, porque si hay algo que Mariela defiende es su creencia en Dios, esa llama que mantuvo encendida su resistencia.

Muchos vecinos la apoyaron, incluso algunos habían pasado lo que ella, porque la realidad del campo venezolano arrastra sobresaltos y carece de un verdadero apoyo gubernamental que ofrezca a los terratenientes un mínimo de seguridad. Comenzó a buscar asesoría agrónoma, encontró muchos escollos en el camino, como por ejemplo, cuando descubrió que las plagas que afectan a las plantas del centro del país no son las mismas que hay en Sur del Lago.

Ensayo y error la fueron llevando a un conocimiento preciso, a esto unió su talento natural de organizar y armar, y así, lo que conformaba 16 hectáreas de plantas jóvenes de cacao Criollo moderno Sur del Lago se erigió como lo que es hoy, una finca modelo, un placer para los sentidos. Tanto así, que Mariela disfruta hoy poder caminar entre sus mazorcas, mirar el atardecer, mojarse en la lluvia y podar ella misma, mirar al horizonte y conectarse con la vida, esa paz se la dan sus sembradíos.

El futuro huele a cacao

Mariela es reconocida a escala nacional como productora modelo, mantiene el orden, la limpieza y la buena poda en su plantación, y emprende una nueva faceta: la post cosecha. “Antes vendía mi cacao corriente, pero el precio no era competitivo y sentía que podía dar más, hacer más, así que decidí empezar a fermentarlo y a secarlo. Hoy en día, mi cacao es de los mejores porque cuido todo el proceso, y el chocolate que se hace con él es exquisito”, afirma orgullosa y agradecida.

Si le preguntan cuál es su sueño, dirá: “Exportar mi cacao, y además, que se elabore un chocolate con cacao exclusivamente de mi fundo”.

Al preguntarle si es posible hacer del cacao una industria sólida, sus grandes ojos se abren convencidos de soltar una verdad del tamaño del universo: “¡Por supuesto que sí! Yo vivo de mi fundo, hay tanta gente que lo hace, el cacao es maravilloso, y el venezolano es de los más buscados,  solo tenemos que procurar preservarlo y darle el lugar que merece”.

Sur del Lago, tierra fértil que Mariela Arrieta supo aprovechar

Un llamado de ayuda

A propósito del lugar que se merece el cacao venezolano requiere, según Mariela, de empuje del Estado, no solo para hacer posible la exportación, sino para darle seguridad al productor. “Nuestros campos están invadidos por la delincuencia y nadie hace nada”, asegura. “Las tragedias son el pan nuestro de cada día en las plantaciones, madres que se quedan solas, esposas que se convierten en viudas, secuestros, robos, y nadie nos protege, estamos a la intemperie”.

El cacao venezolano es tan hermoso, no solo en sus propiedades organolépticas sino en su historia y en la cultura que encierra. “Da lástima ver cómo a veces se pierde por culpa de la ignorancia, del miedo, de la inseguridad”, agrega.

A pesar de todo, ella sigue caminando por los campos, mirando de cerca su oro dulce, soñando, y lo más importante, concretando. Mariela es un ejemplo de lo que la determinación puede lograr. Ojalá todos saquemos la Mariela que llevamos dentro para crecer alrededor de aquello que nos apasiona.